VALLEDUPAR, SIEMPRE EN FESTIVAL
Cronica de un viaje a las tierras del rey del valle, en epocas de Festival
Al fin estaba ahí, sentado a orillas del río Guatapurí, almorzando un suculento sancocho al son de un conjunto vallenato que entonaba la famosa canción Matilde Lina del maestro Leandro Días.
La temperatura era cercana a los 40 grados y las heladas aguas del cristalino río que bajan de la Sierra Nevada y que bordean a Valledupar, la capital del Departamento del Cesar al norte de Colombia, me servían para refrescarme.
Desde que escuché el primer disco de Rafael Escalona, hace aproximadamente 20 años, en el que las canciones hablan del valle, de la sabana, del río Badillo, de las regiones del Caribe y de sus mujeres, entre muchas otras musas, me preguntaba el motivo de tanta inspiración.
En esta estadía en Valledupar poco a poco lo fui entendiendo. Esta ciudad es definitivamente un lugar con características macondianas. Sus casas coloniales, sus plazas, sus parques y ahora sus calles rodeadas de árboles -es la ciudad con más árboles de Colombia- conforman un lugar típico del caribe colombiano lleno de leyendas y canciones.
Igual, ríos de tinta se han escrito sobre Valledupar y su festival -cuya versión número 38 arrancó el 26 de abril-. Periodistas, escritores, poetas e historiadores, entre otros, han hablado de la leyenda vallenata, del nacimiento del acordeón, de las piquerias y de sus orígenes, así que apartémonos de esa parte de la historia, que este artículo lo que quiere es contar como pasan los días en Valledupar.
Para despedirme del Guatapurí, más exactamente del Balneario Hurtado que era donde me encontraba, me clavé desde una piedra, pues la leyenda dice que el que se clava en el río consigue vallenata. Los jóvenes de la región se clavan desde un puente de casi 30 metros de altura al mejor estilo de Orlando Duque.
Mi siguiente destino fue la plaza Alfonso López, donde en tiempos de festival su tarima Francisco el Hombre es uno de los puntos en que los concursantes entregan lo mejor de su repertorio en puyas y paseos para convertirse en los nuevos reyes.
El sol se hacía cada vez más fuerte. Como era medio día fue difícil encontrar una tienda abierta para conseguir una cerveza, pues de 12 m. a 2 p.m. “tendrías que etar loco pa andar trabajando”
La plaza la rodean la Iglesia de la Concepción, la alcaldía, la gobernación y casas construidas en el siglo IXX, las cuales conservan su arquitectura colonial con enormes balcones y patios centrales.
Los palos de mango incrustados en la plaza son el refugio de los vendedores de panochas, rosquetes, palos de quesos y cocadas que caen muy bien después del almuerzo. Y es que no sólo el sancocho conforma la gastronomía vallenata.
Un desayuno en el Valle es con entrada: papaya o mango y jugo de naranja; plato fuerte: carne molida o hígado, chicharrón y yuca con suero costeño y de postre una arepita con huevo y un par de rosquetes. Ahora solo imagínese como será el almuerzo.
Muchos dicen que la comida es lo que ayuda a durar vivo en la parranda porque el que no amanece no etá en nada. La intensidad de la rumba se puede resistir, además, solo si se está acompañado del whiskey Old par, que la mayoría toman seco.
Después de las 2 p.m. la vida continúa. Algo que no comparte Valledupar con otras regiones del caribe es el estereotipo que las identifica con la pereza. Su gente es muy trabajadora y emprendedora, por eso la capital del César en horas de trabajo es muy activa, hay mucho comercio y es una ciudad limpia y ordenada.
En su mayoría son agricultores, algodoneros y ganaderos aunque muchos también se ganan la vida vendiendo sombreros vueltiaos y haciendo lo que más les gusta: tocar y cantar vallenatos.
Es costumbre que los niños aprendan a tocar el acordeón, la caja y la guacharaca desde muy chiquitos y conformen conjuntos vallenatos que hoy se presentan incluso en diferentes partes del mundo.
Por las calles de Valledupar se pueden observar, además, los indígenas arhuacos y los kankuamos que han bajado de la Sierra Nevada y que en el Parque del Viajero, al oriente de la ciudad, se instalan para vender sus artesanías.
Con sentimiento compadre
A las cinco llegó la hora de mi primera cita con una verdadera parranda, aunque ya en el río y en el aeropuerto ?en época de prefestival y festival cada vuelo es recibido por un conjunto vallenato que entona los clásicos de la región- había sentido los merengues y los paseos.
Así pues me puse la guayabera de lino -gente elegante esta de Valledupar- y llegué al lugar correspondiente en el barrio Novalito. Aunque no conocía a la mayoría de la gente todos me saludaban amables y me hacían sentir como un amigo de toda la vida.
Empezó la bebedera de whiskey, los primeros con hielo y luego seco, mientras un conjunto entonaba vallenatos de Leandro Días, Calixto Ochoa Emiliano Zuleta y el propio Diomedes Díaz.
Dicen que por respeto la parranda no se baila sino se canta, pero es difícil resistir la tentación con tanta vallenata hermosa.
De ahí en adelante todo es chistes, piquerias y bailados. Todo es whiskey, fritos y homenajes sencillos a esos colosos del vallenato.
Así se vive en Valledupar, en medio del trabajo, de la parranda y entre una ciudad hermosa y amable.
Con el amanecer llega el fin de un día que comenzó en el río pero que nunca se sabe cuando ni en donde va a terminar. Y eso que hasta ahora comienzan a retumbar las tamboras que indican que llega el festival.
No hay comentarios:
Publicar un comentario